Los remolcadores intentan sofocar las llamas en el Barcelona poco antes de que otra explosión afectara a los buques de auxilio.
Los ataques hutíes en el acceso al Mar Rojo han vuelto a encender la llama del conflicto en una zona geoestratégica vital para el tráfico marítimo internacional que a la vez ha estado siempre asolada por la violencia. De momento, la flota española ha salido indemne de los ataques pero no siempre ha sido así.
El petrolero Barcelona vivió el 14 de mayo de 1988 de la manera más horrenda posible las consecuencias de navegar en una zona de conflicto. Su tripulación tuvo que ponerse a salvo en medio de un mar en llamas tras el ataque de un caza iraquí en plena guerra entre Irán e Irak que incendió el buque y acabó afectando también a otros barcos. Cuatro tripulantes españoles perdieron la vida en la tragedia aquel funesto día que queda marcado en negro en la historia de la navegación de nuestro país.
El Barcelona, de la naviera Marflet y fletado por Repsol, tenía 320 metros de eslora y había sido botado en los astilleros AESA de Cádiz en 1972. El petrolero estaba aquel día en la isla iraní de Larak, en el Golfo Pérsico, llenando sus tanques abarloado al Seawise Giant, que efectuaba la labor de buque nodriza y era considerado entonces el mayor buque del mundo con una capacidad de carga de 564.739 DWT (Tonelaje de Porte Bruto).
La guerra entre el Irán de los ayatollahs y el Irak de Sadam Husein comenzó en 1980 y se prolongó hasta 1988. El origen del conflicto fue la disputa territorial por la zona de Shat al Arab y las consecuencias fueron que una vez más el punto más importante del planeta para la producción y el tránsito de petróleo entró en un nuevo conflicto con repercusiones en todo el mundo.
Sin embargo, la dependencia del petróleo obligaba a los países a ir a buscarlo a los núcleos de producción, pese al elevado riesgo que suponía navegar en la zona. En este caso, el Barcelona debía cargar en Larak todas sus bodegas para transportar el crudo hasta el Golfo de Suez, desde donde fluiría por un oleoducto hasta el Mediterráneo para reemprender su navegación en barco hasta el destino final. Algunos marineros habían renunciado al viaje teniendo en cuenta el peligro. La presión de la compañía también se dejaba sentir sobre el resto de la tripulación.
El Barcelona, con una tripulación de 40 personas, llegó a Larak la madrugada del día 13. La alarma se disparó a mediodía del día siguiente cuando se detectó el despegue de dos cazas iraquíes Mirage F1 que se dirigían a la zona. El infierno se desató pocos minutos después cuando el Barcelona resultó alcanzado por al menos cinco misiles cuando ya había cargado 140.000 toneladas de crudo, algo más de la mitad de la carga prevista.
Nadar en un mar de fuego
Al instante se desató un incendio que se propagó también al Seawise Giant y a otros dos petroleros, uno chipriota y el otro inglés. Parte de la tripulación del Barcelona tuvo tiempo de embarcarse en un bote salvavidas y lograron alejarse lo suficiente del peligro. Otros, sin embargo, no tuvieron más remedio que saltar al agua, entre ellos el capitán del barco, Pedro Neira, que se vio luchando por su vida en un mar en llamas del que cada vez les costaba más alejarse, según contaba en aquellos días al diario El País. Finalmente, los supervivientes fueron rescatados por una lancha tras una hora en el mar contemplando indefensos como cada segundo el agua transformada en llamas por toneladas de combustible se acercaba amenazante.
Cuatro tripulantes del Barcelona perdieron la vida en el ataque: José Orrantía, Gabriel Acosta, Jesús Burillo y Eloy de las Cuevas. Solo se pudo recuperar el cadáver del último en el apocalíptico escenario en que quedó convertida la zona. Casi medio centenar de personas fallecieron como consecuencia del raid aéreo. Parte de las víctimas murieron tres días después cuando estalló de manera retardada uno de los misiles afectando de lleno a cuatro remolcadores que participaban en las labores de extinción de las llamas. Uno de los remolcadores se fue a pique con toda su tripulación.
Solo tres meses después, en agosto, finalizó la guerra entre Irán e Irak. Los restos calcinados del Barcelona quedaron varados en Larak hasta que tiempo después el petrolero fue desguazado por fases. De esta manera se borró el rastro de la tragedia que segó la vida de cuatro marineros españoles que navegaban por una zona del planeta que, como en estos días vuelve a ponerse de manifiesto, parece difícil que conozca nunca la paz.
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