La primera mujer que dio la vuelta al mundo a vela en solitario y sin escalas recaló en Mallorca. Su barco tenía el motor roto y decidió volver a Francia a vela cuando supo lo que costaba repararlo. También quisieron cobrarle por remolcarla hasta que encontrará viento. Lo cuenta PIPE SARMIENTO.
Catherine Chabaud, la genial navegante y periodista, estuvo hace poco en Mallorca. Su barco rompió el motor y arribó a uno de nuestros puertos. Magdalena y yo estábamos en él; nos dimos cuenta de quién era, dados los años de seguimiento de las grandes regatas; en uno de mis libros hablo de ella. Le acompañaban su marido Jean-Marie y su hijo Come.
Durante toda la mañana la vimos de un lado para otro inquieta. Al final, y no habiendo querido ser pesados, me acerqué y le pregunté si podía ayudarla; me respondió muy nerviosa que aquí todo era muy complicado: que por reparar el motor le pasaban un presupuesto desorbitado, y que prefería navegar hasta un puerto francés. También aseguró que por sacarla a remolque del puerto le pedían otro dineral. Le dije que no se preocupara, que para nosotros sería un placer y un honor realizar esa labor hasta que cogiese viento. Me miró sorprendida, seguramente extrañada de que supiese quién era.
Como atracaba a nuestro lado, bajé a la cámara y tomé un ejemplar de A Bordo de las Grandes Regatas Oceánicas del Siglo XX que tenía en el estante, y le enseñé las menciones que hacía de ella: se lo regalé, y como dedicatoria escribí: «Querida y distinguida dama de los mares, Catherine, en España decimos que la incultura es la madre de casi todas las desgracias. Acepta mis disculpas por el trato que has recibido en nombre de todos los navegantes y periodistas mallorquines y de otras regiones de España; te admiramos; eres uno de nuestro faros. Es un placer que nos hayas visitado; gracias, y mil disculpas».
Cuando lo leyó, pues se lo escribí en francés, se río mucho, y creo que se relajó un poco, y nos contó que su marido y los niños se irían a Francia en avión; que prefería navegar en solitario hasta su puerto, cercano a Marsella. «Claro –le dije– tras la vuelta al mundo sola por los rugientes cuarenta y el cabo de Hornos para ti debe ser como nadar en la bañera de casa». Más risas. Por la tarde, pudimos escuchar a gente del puerto decir: «Fíjate, esa tía se va en el barco sin motor hasta Francia y el marido en avión; qué cosas hacen estos franceses». No pude resistir acercarme y contarles quién era, aunque, sospecho que no hizo demasiado mella en una gente que sólo ve en los puertos el dinero que puedan generar.
Por la mañana llevamos a su familia al aeropuerto, y Catherine nos regaló dedicado su libro, Preservar la Mar y su Litoral, que guardo con cariño. A eso de las once, cuando el Embat comenzó a soplar, la sacamos del puerto a remolque, admirando la destreza en la complicada maniobra que tuvimos que realizar por parte de esta extraordinaria marino. Como el viento no terminaba de entablarse, seguimos con el remolque varias millas mar adentro, ante sus protestas, pues nos decía que le daba vergüenza que perdiésemos tanto tiempo por ella.
Sin embargo, lo que no sabía la gran Catherine era que, para Magdalena y para mí era un placer, casi, un acto para la historia de la navegación, pues, en la estela de nuestro querido velero Entre el Cielo y las Olas llevábamos a remolque, nada más y nada menos, a la primera mujer que dio la vuelta al planeta en solitario y sin escalas: ¡vaya hazaña! Tardó solo 140 días, y obtuvo el sexto puesto de la Vendèe Globe de 1997, además de participar en la del 2000. El año pasado la nombraron en Francia mujer del año, entre otros muchos reconocimientos. También es la Comisionada del Estado para el cuidado de la mar y sus costas. Seguramente, fueron las sirenas de las aguas las que la cruzaron en nuestro rumbo, siempre avizor. Al despedirnos, Magdalena y yo nunca olvidaremos sus palabras: “Muchísimas gracias por vuestra grandísima ayuda, buena gente de la mar”
Catherine Chabaud, la genial navegante y periodista, estuvo hace poco en Mallorca. Su barco rompió el motor y arribó a uno de nuestros puertos. Magdalena y yo estábamos en él; nos dimos cuenta de quién era, dados los años de seguimiento de las grandes regatas; en uno de mis libros hablo de ella. Le acompañaban su marido Jean-Marie y su hijo Come.
Durante toda la mañana la vimos de un lado para otro inquieta. Al final, y no habiendo querido ser pesados, me acerqué y le pregunté si podía ayudarla; me respondió muy nerviosa que aquí todo era muy complicado: que por reparar el motor le pasaban un presupuesto desorbitado, y que prefería navegar hasta un puerto francés. También aseguró que por sacarla a remolque del puerto le pedían otro dineral. Le dije que no se preocupara, que para nosotros sería un placer y un honor realizar esa labor hasta que cogiese viento. Me miró sorprendida, seguramente extrañada de que supiese quién era.
Como atracaba a nuestro lado, bajé a la cámara y tomé un ejemplar de A Bordo de las Grandes Regatas Oceánicas del Siglo XX que tenía en el estante, y le enseñé las menciones que hacía de ella: se lo regalé, y como dedicatoria escribí: «Querida y distinguida dama de los mares, Catherine, en España decimos que la incultura es la madre de casi todas las desgracias. Acepta mis disculpas por el trato que has recibido en nombre de todos los navegantes y periodistas mallorquines y de otras regiones de España; te admiramos; eres uno de nuestro faros. Es un placer que nos hayas visitado; gracias, y mil disculpas».
Cuando lo leyó, pues se lo escribí en francés, se río mucho, y creo que se relajó un poco, y nos contó que su marido y los niños se irían a Francia en avión; que prefería navegar en solitario hasta su puerto, cercano a Marsella. «Claro –le dije– tras la vuelta al mundo sola por los rugientes cuarenta y el cabo de Hornos para ti debe ser como nadar en la bañera de casa». Más risas. Por la tarde, pudimos escuchar a gente del puerto decir: «Fíjate, esa tía se va en el barco sin motor hasta Francia y el marido en avión; qué cosas hacen estos franceses». No pude resistir acercarme y contarles quién era, aunque, sospecho que no hizo demasiado mella en una gente que sólo ve en los puertos el dinero que puedan generar.
Por la mañana llevamos a su familia al aeropuerto, y Catherine nos regaló dedicado su libro, Preservar la Mar y su Litoral, que guardo con cariño. A eso de las once, cuando el Embat comenzó a soplar, la sacamos del puerto a remolque, admirando la destreza en la complicada maniobra que tuvimos que realizar por parte de esta extraordinaria marino. Como el viento no terminaba de entablarse, seguimos con el remolque varias millas mar adentro, ante sus protestas, pues nos decía que le daba vergüenza que perdiésemos tanto tiempo por ella.
Sin embargo, lo que no sabía la gran Catherine era que, para Magdalena y para mí era un placer, casi, un acto para la historia de la navegación, pues, en la estela de nuestro querido velero Entre el Cielo y las Olas llevábamos a remolque, nada más y nada menos, a la primera mujer que dio la vuelta al planeta en solitario y sin escalas: ¡vaya hazaña! Tardó solo 140 días, y obtuvo el sexto puesto de la Vendèe Globe de 1997, además de participar en la del 2000. El año pasado la nombraron en Francia mujer del año, entre otros muchos reconocimientos. También es la Comisionada del Estado para el cuidado de la mar y sus costas. Seguramente, fueron las sirenas de las aguas las que la cruzaron en nuestro rumbo, siempre avizor. Al despedirnos, Magdalena y yo nunca olvidaremos sus palabras: “Muchísimas gracias por vuestra grandísima ayuda, buena gente de la mar”