La sombra de las embarcaciones, una amenaza para la posidonia, según la Comisión Balear de Medio Ambiente. Fotografía: Adobe Stock
De nada servirán la buena voluntad política, las palabras y la nueva Conselleria de la Mar, con todas sus competencias en puertos y litorales, si cualquier decisión relativa a la costa balear y las instalaciones deportivas tiene que pasar por el filtro de la Comisión Balear de Medio Ambiente (CBMA), un órgano altamente politizado cuyo último y surrealista informe sobre el proyecto de campo de boyas de Sa Foradada representa una enmienda total al uso recreativo del litoral y al fondeo de embarcaciones en cualquier lugar y circunstancia.
Son muy preocupantes las conclusiones a las que llega el dictamen citado, y no solo por la referencia al efecto presuntamente nocivo de las sombras que proyectan los barcos sobre la posidonia (un disparate que no merece ni ser comentado), sino también por la prohibición de instalar los anclajes ecológicos de las boyas en las praderas y por la posición claramente contraria que hace pública la CBMA a la regulación del fondeo, al considerar que los campos de boyas provocarán un “efecto llamada”.
La pregunta que cabe hacerse, más allá de qué necesidad hay de utilizar sistemas de bajo impacto en lugares donde largar el ancla está permitido (al menos de momento), es adónde pretenden los miembros de la Comisión, con su presidenta suplente a la cabeza, que vayan los navegantes si todo les parece mal, si se oponen tanto al fondeo libre como regulado y hasta se quejan (y esto no es broma) del CO2 que emitirían las embarcaciones encargadas de instalar las boyas, como si ellos no hubieran exhalado ese mismo gas mientras redactaban su lamentable informe.
La CBMA debería dejarse de subterfugios y pretextos, y decir de una vez por todas que no quiere barcos ni actividad náutica ni progreso económico. Quitarse la careta y dejar de utilizar argumentos supuestamente científicos para defender la posición política de sus integrantes. El Govern balear, por su parte, deberá plantearse muy seriamente renovar este organismo o activar mecanismos que le impidan ejercer el veto a cualquier proyecto, porque, de lo contrario, su ánimo declarado de promover la náutica quedará reducido a la nada. Por no hablar del problema que, a raíz de este dictamen, se le viene encima a Ports IB con la gestión de los campos de boyas, cuyo modelo no se conoce todavía, a falta de sólo cuatro meses para que dé inicio la temporada.
También es preocupante, y siento mucho decirlo, la tibieza con la que el sector en su conjunto ha respondido a esta nueva amenaza, tomándosela poco menos que a broma. Me da la impresión de que o bien no es consciente de su alcance o confía en que las cosas se terminen arreglando por sí solas, lo que ya sabemos por experiencia que no ocurrirá.
La realidad es que la «teoría de las sombras» y otras tesis que pronto estarán en los medios de comunicación (como la del impacto acústico) suponen un paso de gigante en el entorpecimiento de la actividad náutica deportiva en Baleares y contra la libertad de movimientos en el mar. Una vez ha quedado demostrado que las anclas tienen una incidencia menor en la salud de la posidonia (en comparación con la contaminación terrestre por vertidos), los enemigos de la navegación de recreo han decidido declararle la guerra directamente a los barcos. No quieren verlos flotar sobre las praderas de la especie vegetal más abundante de nuestras Islas. O sea, no quieren verlos.
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