Les hablo de Antoni Noguera, segundo teniente de alcalde del Ayuntamiento de Palma y representante de esta institución en el organismo que gestiona los puertos de interés general de Baleares, el primer político que ha dicho basta al abuso evidente que supone la remuneración de 900 euros brutos (a los que hay que aplicar una retención del 37%) por asistir a las reuniones del Consejo de Administración de la APB. «Yo ya cobro por ejercer la política y estas reuniones forman parte de mi trabajo», dice este concejal nacionalista que en menos de dos años, según lo establecido en el pacto de gobierno, se convertirá en alcalde de Palma.
Noguera advierte también en la entrevista que publicamos en este número que votará en conciencia y que no dudará en oponerse a aquello que considere perjudicial o poco conveniente para la ciudad, lo que, en caso de ocurrir, será toda una novedad entre los representantes políticos del consejo que tradicionalmente se han limitado a dar su consentimiento a todo cuanto se les proponía desde los servicios técnicos de la APB o, en los contados casos de discrepancia, a ausentarse de la votación o abstenerse, como hizo el alcalde Bagur el día que le tocó dar la cara por el Club Marítimo y optó en el último momento por refugiarse en no sé sabe qué imperativo legal. Habrá que ver cómo actúa el teniente de alcalde de Palma y si en efecto renuncia a la condición de comparsa, pero, como decía, su primer gesto ha sido muy meritorio y es de justicia reconocerlo.
Como es lógico, no estoy de acuerdo con la postura que ya ha adoptado Noguera respecto al Club Marítimo del Molinar, pero percibo una leve disposición al diálogo que los responsables de la entidad centenaria no deberían desaprovechar. Ni el Ayuntamiento ni la nueva APB atenderán a las razones técnicas esgrimidas en el segundo proyecto presentado por el club, pero, a cambio, han admitido en las páginas de Gaceta Náutica (escrito y grabado queda) que éste no puede desaparecer y que hay que encontrar una solución consensuada. Noguera va un poco más allá al afirmar que «un buen proyecto» sería incluso bueno para el barrio y habla de «inversores» dispuestos a colaborar. Lo que no queda claro es si ese «buen proyecto» que le ronda, y del que sólo esboza generalidades («más abierto», «menos invasivo»), es rentable y resuelve los problemas de calado y sedimentación que padece el pequeño puerto del Molinar, en cuya bocana el agua le llega a una por las rodillas, y que en pocas semanas, cuando llegue el primer temporal de Sur del otoño, inundará el club y quién sabe si provocará el hundimiento de algunas de las pequeñas embarcaciones que alberga.
Hay muchas cosas que resolver en el Molinar y muy poco tiempo para tomar decisiones antes de que caduque su concesión y la instalación quede a expensas de las maniobras especulativas que se han dado en España tanto bajo gobiernos conservadores como socialistas. Espero que esa sensación que Noguera transmite de preocupación por el patrimonio fructifique en una negociación realista, en la que las dos partes se muestren dispuestas a hacer concesiones. Lo contrario no es negociar, sino imponer. Y no se pueden hacer imposiciones a la furia de la mar ni a las leyes de la física.