Hemos querido recoger en este número el testimonio de algunas de las voces más experimentadas del sector náutico para que nos ayude a trazar la ruta de la recuperación sobre nuestra carta náutica, entendiendo, como ya escribí el mes pasado, que en este barco navegamos todos.
El cierre de los puertos y aeropuertos, y de las fronteras, incluso las referencias gubernamentales a una «nueva normalidad» que no se sabe ni cuándo empezará –y aún menos en qué consistirá–, nos sitúan ante el escenario más delicado de nuestra historia, ante una tormenta para la que nadie tiene la certeza de estar preparado.
Hay miedo y, para qué vamos a ocultarlo, hay pesimismo. Una no es consciente de la dimensión de un desastre hasta que lo somete a la consideración de numerosas personas con criterio y la mayoría coincide en que el bache será largo y muchos serán los que se queden por el camino. Y les hablo de empleo, de trabajo y de economía. Atrás, por desgracia, ya han quedado decenas de miles de compatriotas fallecidos en un país con el sistema sanitario desbordado y muchos servicios básicos (como el transporte marítimo, en el caso de las islas) pendiendo de un hilo.
Pero, como decía, nuestra intención no es caer en el desaliento, sino contribuir modestamente a trazar un plan para salir del ojo del huracán económico y de carencia en el que entraremos en cuanto termine el confinamiento y descubramos que han desaparecido, literalmente, miles de negocios y de trabajos, y que no nos queda más remedio que reinventarnos.
Entre las opiniones recabadas, más allá de aquellas que preconizan con gran sentido común la necesidad de establecer un protocolo claro para lo que se ha dado en llamar «la desescalada», me quedo con las que abogan por situar a la náutica en el centro de una estrategia de reindustrialización de nuestra economía.
Hace unos años alguien me preguntó por qué habíamos dejado de construir barcos, cuando Italia y Croacia seguían manteniendo activos sus astilleros, y no supe qué responder. Quizás no podamos regresar ya a ese punto, pero nadie duda de que, con una buena y valiente planificación, hay margen para desarrollar aún más la industria de reparación y mantenimento de embarcaciones.
Apostemos por ella fomentando una formación profesional especializada, facilitando la creación de pequeñas y medianas empresas, y procurando, sobre todo, que las concesiones administrativas garanticen la libre competencia.
Es de todo punto lógico que esa demandada reconversión inversa de una economía exclusiva de servicios hacia nuevas industrias pivote sobre la náutica. No sólo por nuestra larga tradición marítima y el hecho de que somos islas, sino por la experiencia acumulada en este subsector desde finales de los años 80.
Este proceso ha de llevar aparejada una política de soporte a la náutica que pase, en primer lugar, por su reconocimiento oficial. Este sector ha florecido en condiciones muy adversas, soportando grandes cargas burocráticas y con una fiscalidad impropia de una industria que los políticos denominan «estratégica». El coronavirus lo ha cambiado todo. No basta con pronuciar ese adjetivo. Hay que pasar de las palabras a los hechos y aprovechar la oportunidad que la náutica, en su diversidad, representa para el conjunto de la sociedad. Ha llegado la hora del mar.