En 2014 en Baleares se debatía sobre los símbolos. Al tiempo que la progresía decía que no hacía falta un Decreto de Símbolos, lanzaban una campaña tremenda a fin de que se reconociera la senyera –entendida como la bandera oficial de la comunidad autónoma catalana– como símbolo local en diversos municipios de Mallorca. Incluso se colgaban senyeras en los colegios públicos a modo de «llaços per la Llengua», decían (lengua catalana, claro).
En aquel entonces era concejal electo –en la oposición– en el municipio de Puigpunyent. Tocó debatir sobre si la «senyera» tenía que ser declarada símbolo de interés local. Lo pedían los que se consideran «catalanes de Mallorca», no mallorquines. Son los que prometen sus cargos «por imperativo legal», los que defienden la autodeterminación y la independencia de los territorios del País Vasco y de Cataluña. Son los que apoyan a los proetarras de Bildu y a los golpistas secesionistas de Cataluña.
Todo esto derivó años más tarde en el referéndum ilegal instado por parte del gobierno de Cataluña, donde recuerden que se proyecta la existencia de unos supuestos «Països Catalans» que «autoanexionan» Baleares, Valencia y el Rosellón francés. Y es en estos términos que han venido exhibiendo durante esos años en sus solapas los colores de una senyera que significa ruptura, segregación, inmersión.
En aquel pleno de 2014 les recordé que, frente a todo esto, existe una senyera que es parte de España. Una senyera que une, pues sirve de base para formar nuestra bandera de Baleares, y la de Mallorca, y la de Menorca, y la de Ibiza, y la de Formentera. También la de muchos municipios de Baleares. Pero siempre con su simbología propia, específica, que nos enlaza con nuestra tradición histórica y al tiempo nos distingue. Es la senyera de la Corona de Aragón, aquella que sirvió de pabellón a su marina, aquella que vemos en el escudo de los Reyes Católicos y en los buques de galeras del siglo XVI (1.530-43), es la senyera de la que nacen varias de las propuestas del concurso que Carlos III convocó para cambiar el pabellón español -blanco, con escudo real- que se confundía en la mar con el francés y de donde surgió la bandera bibarrada de la marina mercante española (1785-1927) y nuestra bandera de España, pues se veía mejor en la mar que el resto. Es la senyera que está representada en el tercer cuartel del escudo de España; y en el del Senado, y en el del Consejo de Estado; y en el del Poder judicial, entre otros muchos. Incluso está representada en cada uno de los tajamares (bandera de proa) de los buques de nuestra Armada española. Esa es la senyera que une, que suma.
Desgraciadamente esta no es la senyera que aquel año declararon de interés local el Ayuntamiento de Puigpunyent y otros más, pues en su objetivo estaba la secesión, la división, la ruptura entre familias, entre amigos de toda la vida, de la sociedad. Tal vez por eso han ido más allá. Ahora han sustituido la senyera por la estelada y los «llaços per la llengua» por lazos amarillos secesionistas. Por si eso fuera poco resulta que todo esto lo están pagando con dinero público, con el dinero de todos. Así nos luce. Pero no ven que todo esto será en balde. Qué pena de dinero malgastado. Tendrán que pagar por ello. Estoy seguro. Y es que al final los símbolos sí son importantes. Por eso un Decreto que los regule es imprescindible. En la mar lo sabemos perfectamente, por eso hace siglos que está regulado. Que tomen nota.