Los navegantes sólo quieren presentarse y advertirle de que, contra la opinión generalizada, no son ellos la principal amenaza para la posidonia oceánica, planta que, por otro lado, no se encuentra ni de lejos en peligro de extinción, como pregonan algunas voces interesadas.
El ninguneo, consistente en ni siquiera contestar a las solicitudes de audiencia que le ha hecho llegar por conducto oficial en dos ocasiones el presidente de la Asociación de Navegantes, Gabriel Morell, constituido en portavoz de todo el sector, puede volverse en contra del Ejecutivo autonómico. Por primera vez en muchos años, salvo por la baldía bocinada que sufrió Antich en las postrimerías de su último mandato, las asociaciones sectoriales se están planteando la posibilidad de organizar una protesta contra el Govern. Las manifestaciones, sentadas y marchas son habituales en otros colectivos, pero muy raras en el mundo náutico, más propenso a resolver sus problemas a través del consenso y la negociación. De ahí que constituya toda una novedad que el propio Morell, hombre de talante conciliador, reflexione en voz alta sobre la inutilidad de intentar hablar con alguien que se niega a escucharte y deje caer en el artículo que publica este mes en Gaceta Náutica que tal vez la protesta sea la única manera de que los navegantes se hagan oír.
No voy a abundar en sus argumentos sobre la polémica de la posidonia, los cuales comparto en su totalidad, sino preguntarme qué clase de presidenta tenemos en Baleares que planta a un grupo ciudadanos (lo de menos es que sean muchos y representen a un colectivo estratégico) sólo porque cree que no son de su cuerda política o porque no quiere escuchar lo que le van a decir. ¿Tan segura está de su infalibilidad, de estar en posesión de la verdad, que se permite el lujo de renunciar a los procedimientos democráticos más elementales?
Porque redactar un proyecto de decreto sobre fondeos sin consultar a los usuarios sólo se puede hacer desde la incompetencia o desde la mala fe. No hay más opciones para explicar la actitud que el Govern balear está adoptando en este asunto. Y cualquiera de las dos deja a Armengol y a su equipo político de la Conselleria de Medio Ambiente en muy mal lugar.
La presidenta necesita en este y otros asuntos abrir las ventanas del Consolat para que se aireen sus ideas o pasará a la historia como la dirigente más perjudicial para el sector de la náutica de recreo. Necesita urgentemente sacudirse el recelo que le producen los navegantes, los pescadores, los dueños de barcos, los puertos deportivos... el mar en general. Y empezar a admitir que su posición política particular, la de su partido, muy lejos de representar a una mayoría, no le da para comportarse con semejante intransigencia y falta de modales. Aunque haya sido legítimamente investida como muy honorable presidenta. Escuche, sólo eso se le pide.