El cambio climático es un hecho. Un simple repaso al histórico de temperatura muestra que el clima ha ido sufriendo aumentos y descensos en la temperatura media de la Tierra. Lo que sucede ahora es que, debido a la presencia del ser humano, en los últimos lustros este aumento es mayor y más rápido. El ser humano, por sí sólo, sin actividad alguna, es un elemento contaminante: sólo por el hecho de respirar absorbemos oxígeno y devolvemos dióxido de carbono, el CO2, uno de los Gases Efecto Invernadero (GEI).
La primera conferencia mundial sobre el medio ambiente se celebró en Estocolmo en 1972, hace más de 50 años. Ya entonces se alertó sobre las consecuencias de los actos del hombre en el medio y se abrió un debate que hoy persiste sobre la compaginación del desarrollo económico y la conservación de la naturaleza , así como el importante papel de la educación ambiental. Ha pasado medio siglo y poca cosa nueva al respecto hay, Los avances obtenidos son, como mínimo, bastante cuestionables.
Recientemente se ha celebrado el COP 28 (Conferencia de las Naciones Unidas para el cambio climático). Sigue la preocupación por el GEI, producido por la quema de combustibles fósiles (carbón, gas, petróleo). Tuvo lugar en Dubái y ejerció la presidencia el Sultan Al Jaber, CEO de ADNOC, la Compañía Nacional de Petróleo de Abu Dabi. Lo mismo que si para fomentar una dieta vegana fueran los carniceros y charcuteros de Baleares los que organizaran las jornadas.
El texto final de esta COP 28 ha sido invitar a los países a tener en cuenta las recomendaciones sobre la transición energética; eso sí, con más aplausos que medidas para su financiación. Esto es como si se reúne una comunidad de vecinos y constata que la fachada está mal y reviste peligro, pero no asigna presupuesto alguno para su reparación.
Los hechos demuestran, después de medio siglo, que algo falla, o que al menos es susceptible de mejorar a la vista de los resultados. Tal vez debiéramos dar a la cuestión medioambiental un enfoque más de calidad que de cantidad. Por cantidad es muy difícil convencer a la ciudadanía.
A nivel europeo ya es cuestionable la repercusión de las medidas que se puedan adoptar unilateralmente. En España (ver cuadro) las cifras hablan por sí solas. Por lo tanto, pedirle a un español o a cualquier otro europeo que salve, no ya el planeta –porque el planeta seguirá ahí–, sino al ser humano, no parece que sea algo muy convincente.
El cuadro comparativo de emisiones deja claro donde está la principal fuente del problema.
Sería conveniente replantear si las imposiciones y doctrinas ambientales actuales son las más efectivas. El primer parque nacional que se fundó en España, fue el Parque Nacional de Montaña de Covadonga (1918), su impulsor fue D. Pedro Pidal y Bernardo de Quirós, que era un famoso cazador de osos, ahí queda el dato.
¿Qué se puede hacer frente a este panorama? Tal vez una solución pueda ser la Ecología Cero–Ecero; es decir, todo lo que podamos hacer por el medioambiente desde nuestra propia cercanía, en nuestro propio hogar, lugar de trabajo o a bordo de nuestro pequeña embarcación... Ustedes dirán, con razón, que esto ya se hace. Pero no de la forma más efectiva, precisamente.
Huellas para todo
Ahora, si se fijan, todo el día se habla de huellas: de carbono, hídrica, la de suelo, la de materiales… Cuestiones cuantitativas cuya incidencia es mínima en el global. Hay que abrir un nuevo horizonte, resetear las conductas ambientales. Debemos obrar por convencimiento, de una manera honesta y no como mera estrategia de marketing. Los actos en defensa del medioambiente deben producirnos bienestar y gratitud interior, debemos dejar de regirnos por los datos y los porcentajes. Pero esto no cambiará mientras sigamos anclados en legislar desde la ideología.
La razón no es una carta blanca que justifique cualquier tipo de actuación. Si un progenitor se enfrenta a una falta conductual de su hijo, por mucha razón que tenga, sabe que el camino del castigo puro y duro no es el mejor camino para una buena educación. Este recurso debe reservarse para circunstancias extremas. La prohibición es una herramienta de tantas, no un método sistemático.
Necesitamos ecólogos, científicos, y sobre todo personas con la capacidad de ir más allá del señalamiento al resto de los humanos; necesitamos personas que sepan transmitir más valores y menos culpabilidades. El tema ambiental es un asunto de todos.