Para que este artículo tenga algún valor, por pequeño que sea, debe ir precedido de una confesión. Cuando Didac Costa tomó la salida de la Vendée Globe, yo no confiaba en que la terminara. Esa es la verdad. Creo que muchos compañeros habíamos hecho íntimamente ese mismo pronóstico. Vale que había logrado concluir una Barcelona World Race (BWR), que no es poca cosa, y que acumulaba ya muchos miles de millas en su popa. Pero no es menos cierto que la Vendée es la Vendée, la «madre de todas las regatas», como la llama nuestro querido Pipe Sarmiento; el «Everest del mar», según la costumbre de establecer analogías absurdas entre deportes que no tienen nada que ver, aunque sus practicantes compartan una misma ambición por superar sus límites.
Y, aún más importante, que Didac se presentaba en la línea de salida con un barco de hace 17 años (el famosísimo Kingfisher de Ellen McArthur, una de las más grandes navegantes de todos los tiempos), un presupuesto que no alcanzaba ni de lejos el 10% del de los grandes equipos y muchos problemas previos. Para acentuar más mi pesimismo, a las pocas horas de zarpar Didac tuvo que regresar a puerto para reparar los destrozos causados por una inundación a bordo. Tardó cuatro días en regresar a la regata. Cuando lo hizo, algunos barcos le sacaban mil millas.
Poco a poco me fui dando cuenta de que Didac, humilde y discreto, estaba llamado a hacer historiaEra cuestión de tiempo que algo se volviera a romper y yo sólo deseaba que fuese lo que fuese lo que iba a ocurrir, no pasara lejos de las zonas de rescate. A lo largo de los años he visto partir en precario a demasiados navegantes españoles en busca de un sueño, armados únicamente con su voluntad y una fuerza a prueba de bombas y grandes tormentas. Pero –a los hechos me remito– estaba muy equivocada. Didac superó todas las adversidades y demostró muy pronto dos cosas: una, que aun siendo «amateur» (su profesión es la de bombero) es un navegante de primerísimo nivel, tenaz y cerebral, capaz de resolver los problemas de toda índole que se producen a bordo de un IMOCA 60 a diario y de elegir las rutas más adecuadas para su material, forzando lo justo pero sin dejar de apretar.
Poco a poco me fui dando cuenta de que Didac, humilde y discreto, estaba llamado a hacer historia y a poner en evidencia a todos los que habíamos dudado de él. Cada milla recorrida por su barco, cada comunicación por satélite con el centro de control de la Vendée Globe contribuía a engrandecer la figura de este deportista y ser humano excepcional.
Recordé el naufragio de mi querido Bubi Sansó a poco más de mil millas de la llegadaEl día que el One Ocean, One Planet dobló el Cabo de Hornos, que puede ser o no el punto más difícil de una circunnavegación pero siempre supone un hito psicológico, tanto para el navegante como para quien sigue la regata, supe que Didac había hecho lo más difícil y empecé a preparar mentalmente este artículo, pero no podía dejar de pensar en que la mar tiene siempre la última palabra. Recordé el naufragio de mi querido Bubi Sansó a poco más de mil millas de la llegada en la anterior edición de la Vendée y la tristeza con la que entonces viví el abrupto desvanecimiento de un sueño.
Una no puede evitar que le ronden malos augurios cuando se trata de la vuelta al mundo en solitario, donde el cansancio y las pequeñas penurias de sobrevivir y al mismo tiempo competir se van acumulando. El momento en que Didac Costa concluyó la Vendée Globe, convirtiéndose en el segundo español que lo lograba, por detrás de José Luis Ugarte (en la lejana edición 1992-93), pasó a formar parte oficialmente de la galería de grandes héroes de la vela en nuestro país, pero ya lo era desde hacía mucho tiempo. En realidad lo son todos los que, con mejor o peor suerte, le precedieron.