En nuestro pequeño mundo de la náutica balear es habitual volver sobre los mismos temas. Esa recurrencia se debe a que muchos problemas se encuentran enquistados. La náutica, lo he dicho muchas veces, es un sector que ha logrado desarrollarse en un clima político y social adverso, lo cual dice mucho de sus empresarios. Ningún gobierno ha hecho nada por promoverla y, no nos engañemos, los navegantes no están bien vistos en la sociedad.
A los ojos de mucha gente son pijos millonarios que depredan los ecosistemas marinos con sus anclas y que tapan el horizonte con sus barcos. Es un prejuicio de clase que ha sido abonado con éxito por cierta clase política y contra el que nunca se ha articulado una respuesta. Hubo un intento por parte de ANEN con la campaña #embárcate, pero ciertas cosas no se cambian con un hashtag.
En este punto regreso a un tema que abordé hace muy pocos meses y sobre el que me he propuesto ser muy insistente, al entender que se trata de algo capital. Lo primero que debe hacer el sector es preguntarse por qué no goza del favor social, a qué se debe esa mala imagen, por qué un mensaje falso ha logrado calar tan hondo y qué se ha hecho mal para que esta situación no tenga visos de resolverse a corto o medio plazo.
He reflexionado mucho acerca de este asunto y mi conclusión es que el sector no se ha defendido. Fíjense que no digo «saber defenderse», lo cual significaría que al menos ha habido una estrategia. No. La náutica se ha resignado a estar mal vista sin dar la batalla, como si el mundo terrestre le fuese ajeno.
El problema es que los enemigos del sector –que lo son de los barcos, de los puertos y de todo lo que concierna a las actividades de ocio que se desarrollan en el mar– se han hecho cada vez más fuertes y han logrado colocar su relato como si fuera un dogma.
En estas circunstancias será muy difícil seguir creciendo. La «regulación» se transformará primero en «limitación», luego llegarán las «restricciones» generalizadas y finalmente serán más las cosas «prohibidas» que las que se puedan hacer en la mar. Ciertos colectivos terrestres, con la clase política en la retaguardia legislativa, habrán conseguido su objetivo de acabar con el último espacio de libertad que le queda al ser humano. Y sin un horizonte de relativa libertad no tendrá sentido largar amarras.
Quizás aún estemos a tiempo de revertir la situación, pero hay que ponerse a ello. Lo escribí no hace mucho y lo repetiré las veces que haga falta: el sector debe hacerse respetar y para ello es necesario que responda con unidad, claridad y contundencia a los ataques a los que está sometido.
No puede ser que cada vez que se juntan media docena de radicales y se llaman a sí mismos «plataforma» tiemblen los cimientos de los puertos. Y no puede ser que las consejerías que tratan cuestiones náuticas estén en manos de partidos que odian los barcos.
Las asociaciones sectoriales, que están para defeder a sus miembros, no para que sus líderes se hagan fotos con políticos, han de dejarse de medias tintas y plantarse de una vez ante las constantes injusticias que se cometen contra la náutica en Baleares. Han que ser valientes, dar la cara y plantar batalla o, de lo contrario, en unos años empezaremos a ver cómo el sector no sólo no se desarrolla, sino que empieza a languidecer. Es mucho lo que está en juego.