El Gobierno ha presentado un proyecto para la conservación del patrimonio marítimo que, por lo que hemos podido averiguar, no convence demasiado a los armadores. Pero algo es algo. Intentemos ver la botella medio llena. Al menos se habla de proteger barcos que hasta no hace mucho tenían la misma consideración que la chatarra. Ahí está, sin ir más lejos, el recuerdo de todas esas embarcaciones «de trabajo», la mayoría de ellas construidas de manera artesanal, que fueron desguazadas para que sus propietarios pudieran cobrar la subvención por renovación de la flota. Si buscan en Youtube, encontrarán imágenes de cómo en los años 60 del siglo pasado las autoridades permitían prender fuego a los viejos pailebotes que habían dejado de ser útiles para el transporte de mercancías. El solo hecho de que se hable de «proteger» es bueno.
Lo cierto es que en los últimos años se ha empezado a desarrollar una conciencia por el patrimonio naval que apenas existía en nuestro país. Y han pasado pequeñas cosas que, vistas en perspectiva, invitan al optimismo. En Mallorca, por ejemplo, se ha inaugurado un Museo Marítimo que, pese a la modestia de sus recursos, está haciendo algunas cosas interesantes, como charlas y exposiciones temáticas que nos hablan de la relación profunda de los habitantes de esta tierra con el mar. Su director, Albert Forés, está haciendo un trabajo más que digno. Esperemos que esta apuesta por la difusión de la cultura marítima se mantenga en el futuro, con independencia de quien gobierne.
La puesta de largo el mes pasado del Ecomuseo Marítimo del Club Nàutic de Cala Gamba, impulsado por el incombustible divulgador de la náutica balear Bernat Oliver, es otra buenísima noticia que, además, ha tenido una gran repercusión social. Se trata de un proyecto pionero que, entre otras cosas, reivindica el esfuerzo realizado durante años por los armadores de embarcaciones de vela latina, que han conservado piezas únicas y mantenido viva una forma de navegar y de entender la relación con el mar que, sin ellos, sería historia. Todo ello con cargo a su bolsillo e impulsados únicamente por su pasión. El Moll de Sa Fusta, estrenado hace apenas unas semanas, es ya uno de los principales valores distintivos del barrio de Cala Gamba. Y seguro que se convertirá en un referente del patrimonio marítimo nacional. Otros clubes náuticos deberían tomar ejemplo de este modelo e incorporar la defensa activa del patrimonio a su compromiso social y deportivo.
No debemos olvidar, por otro lado, la contribución de las entidades organizadoras de regatas o encuentros de barcos tradicionales, clásicos y de época. El Club de Mar y el Club Marítimo de Mahón son dos ejemplos de cómo, apostando por este tipo de eventos, de manera rigurosa y profesional, se colabora indirectamente con la conservación patrimonial, motivando a los armadores a mantener sus barcos como si acabaran de salir del astillero.
Si a pesar de la ausencia casi total de ayudas públicas, España ha podido conservar parte de su flota histórica, ¿qué no ocurrirá a poco que fluyan esas subvenciones? Démosle al Gobierno el beneficio de la duda y presionemos para que lo que apenas es una declaración de intenciones se convierta en realidad. Y si al final se trata de una tomadura de pelo, cosa que nunca hay que descartar, no les quepa duda de que lo denunciaremos. De momento, véamoslo con esperanza.